En recuerdo del Papa Francisco

Su huella y legado en la Gobernación
El Papa Francisco falleció en paz en la mañana del lunes 21 de abril, a las 7,35.
Se entregó por completo hasta el final, por la Iglesia, por sus hermanos y por la humanidad. Su corazón dejó de latir, pero su eco permanecerá para siempre en la memoria de quienes tuvieron la dicha de escucharlo, de ver sus gestos proféticos y de seguir su Magisterio.
Hasta el último momento, continuó sirviendo a la Iglesia sin concederse nunca un respiro, porque las necesidades eclesiales fueron siempre su prioridad de vida. Así como pidió a los demás que se opusieran a la cultura del descarte y que nadie fuera excluido, él mismo nunca escatimó esfuerzos para anunciar la misericordia de Dios al mundo. Ese fue un pilar fundamental de su pontificado.
¿Cómo no recordar el Jubileo Extraordinario dedicado precisamente a la misericordia de Dios, celebrado entre noviembre de 2015 y noviembre de 2016? En esa ocasión, realizó un gesto de gran simbolismo: pocos días antes del inicio oficial del Año Jubilar, el 29 de noviembre de 2015, abrió la Puerta Santa no en la Basílica de San Pedro, sino en Bangui, en la República Centroafricana, un lugar olvidado del mundo y marcado por violentos conflictos.
Para el Papa Francisco, toda persona tiene en su interior la posibilidad de convertirse y redimirse a través de la misericordia de Cristo. “No existe ningún rincón en nuestro corazón que no pueda ser alcanzado por el amor de Dios” – dijo a las personas detenidas el 6 de noviembre de 2016 –. “Donde hay alguien que ha cometido un error, allí la misericordia del Padre se hace aún más presente para suscitar arrepentimiento, perdón, reconciliación y paz”.
De su pontificado, también recordaremos su apertura al diálogo interreligioso, su constante llamamiento a acoger a migrantes y refugiados, y su especial atención a los ancianos y a todos aquellos que el mundo del consumismo y el materialismo desecha.
Nos vendrán a la mente sus palabras sobre la justicia social, la necesidad de erradicar la pobreza y su insistente llamado a la solidaridad y la caridad fraterna. Especialmente significativo fue su mensaje durante el Jubileo de las Personas Socialmente Excluidas, el 11 de noviembre de 2016:
“En el corazón del Evangelio está la pobreza como gran mensaje, y nosotros – los católicos, los cristianos, todos – debemos formar una Iglesia pobre para los pobres; y cada hombre y mujer, sea cual sea su religión, debe ver en cada pobre el mensaje de Dios, que se acerca a nosotros y se hace pobre para acompañarnos en la vida”.
O el énfasis en el clericalismo, considerado una plaga para la Iglesia y, en contraposición, la confianza en el papel de los laicos.
Como Soberano Jefe de Estado y no solo como Pastor Universal, la Gobernación debe mucho al Papa Francisco. En particular, gracias a la Encíclica Laudato Si’ sobre el cuidado de la casa común, la Gobernación ha impulsado una transformación ecológica en todas sus áreas. Se ha prestado especial atención a la reducción de las emisiones de CO₂, a la producción de energía a partir de fuentes renovables y al respeto por la creación, destinando importantes recursos a la instalación de una cubierta de vidrio fotovoltaico en el Patio de las Corazas, en la entrada de los Museos Vaticanos.
El Papa Francisco ha dejado su huella también en el ordenamiento del Estado con diversas reformas, entre ellas la fundamental del 25 de noviembre de 2018, con la ley número CCLXXIV sobre el Gobierno del Estado de la Ciudad del Vaticano, donde se establece que la Gobernación “ejerce el poder y las funciones que le son propias, atribuidas para garantizar a la Santa Sede su absoluta y visible independencia, también en el ámbito internacional, en el ejercicio de la misión universal y pastoral del Sumo Pontífice”.
Muchas de sus reformas se llevaron a cabo especialmente en 2020. En marzo de ese año, promulgó la ley CCCLI sobre el Ordenamiento Judicial del Estado de la Ciudad del Vaticano, que sustituyó la normativa vigente desde 1987. Con ella, otorgó mayor independencia a los magistrados y simplificó el sistema judicial, estableciendo una separación más clara entre la magistratura instructora y la juzgadora.
El 1 de junio de 2020, promulgó las Normas sobre Transparencia, Control y Competencia en los Contratos Públicos de la Santa Sede y del Estado de la Ciudad del Vaticano, a través de un motu proprio destinado a mejorar la gestión de los recursos y reducir el riesgo de corrupción.
En este mismo ámbito, el 18 de septiembre siguiente se hizo público un Protocolo de Entendimiento en materia de lucha contra la corrupción. El 5 de octubre se creó también la Comisión para las Materias Reservadas, encargada de determinar, caso por caso, qué actos de naturaleza económica debían mantenerse bajo confidencialidad. Posteriormente, el 5 de diciembre de 2020, el Papa Francisco aprobó, mediante un quirógrafo, el nuevo Estatuto de la Autoridad de Información Financiera, que desde entonces pasó a denominarse Autoridad de Supervisión e Información Financiera (ASIF).
De especial importancia fue la promulgación de la Ley Fundamental del Estado, el 13 de mayo de 2023, que confirma “la singular peculiaridad y autonomía del ordenamiento jurídico vaticano, que, distinto del de la Curia Romana, se caracteriza por reconocer el derecho canónico como su primera fuente normativa e insustituible criterio interpretativo”.
Asimismo, no podemos dejar de recordar la reforma de la Curia Romana, iniciada desde los primeros días del pontificado, el 13 de marzo de 2013, y finalmente consolidada con la Constitución Apostólica Praedicate Evangelium, promulgada el 19 de marzo de 2022. En ella se subraya que la Curia Romana no es solo una institución al servicio de determinadas estructuras de la Iglesia, sino que está fundamentalmente al servicio del Evangelio. De hecho, el término Evangelium no hace referencia a uno de los cuatro Evangelios, sino al acontecimiento de Jesucristo, testimoniado y anunciado en ellos.
La reforma se basa en algunos principios fundamentales promovidos por el Papa Francisco: la conversión misionera, que inserta a la Curia Romana en el proceso de evangelización de toda la Iglesia según el Concilio Vaticano II, y la comunión de todos los hombres con Jesucristo, fundamento de la vida comunitaria de la Iglesia, que se manifiesta a través de la sinodalidad.
En este sentido, es importante destacar el papel central de la sinodalidad en el Magisterio del Papa. Constituye el sello distintivo de su pontificado, ya que, desde el 13 de marzo de 2013, inmediatamente después de su elección, afirmó: “Y ahora, comenzamos este camino: Obispo y pueblo. Este camino de la Iglesia de Roma, que es la que preside en la caridad a todas las Iglesias. Un camino de fraternidad, de amor, de confianza entre nosotros”. Un camino que recorren juntos todos los miembros del Pueblo de Dios. En este contexto, el “camino sinodal” no es más que el discernimiento y la búsqueda de la voluntad de Dios, no solo de forma individual, sino como comunidad cristiana.
Especialmente relevante es lo que expresó durante la conmemoración del 50º aniversario de la institución del Sínodo de los Obispos, el 17 de octubre de 2015: “La sinodalidad, como dimensión constitutiva de la Iglesia, nos ofrece el marco interpretativo más adecuado para comprender el propio ministerio jerárquico. Si entendemos que, como dice San Juan Crisóstomo, ‘Iglesia y Sínodo son sinónimos’ - porque la Iglesia no es otra cosa que el ‘caminar juntos’ del Rebaño de Dios por los senderos de la historia al encuentro con Cristo Señor -, también comprenderemos que dentro de ella nadie puede ser ‘elevado’ por encima de los demás”.
La referencia al Concilio Vaticano II es fundamental en el pontificado de Francisco, pues siempre lo ha considerado un acontecimiento de gracia para la Iglesia y para el mundo, cuyos frutos aún no se han agotado. El Pontífice ha sido un ferviente impulsor y ejecutor de los principios del Concilio Vaticano II, convencido de que todavía no ha sido plenamente comprendido, vivido ni aplicado.
Del Concilio, el Papa ha subrayado la importancia del Pueblo de Dios, destacando que la Iglesia no es una élite de sacerdotes y consagrados, sino que cada bautizado es un sujeto activo de evangelización.
Según el Papa, no se pueden entender plenamente ni el Concilio ni el camino sinodal sin situar la evangelización en el centro de todo. En este sentido, señalaba que “existe un puente entre el primer y el último Concilio”, un puente “cuyo arquitecto es el Espíritu Santo”. Y de ahí la invitación del Pontífice a “escuchar al Concilio Vaticano II, para descubrir que evangelizar es siempre un servicio eclesial, nunca solitario, nunca aislado o individualista” y hacerlo “sin caer en el proselitismo”.
Entre las muchas imágenes con las que queremos recordar al Papa Francisco, hay una que ha pasado a la historia: la inolvidable escena en el atrio de la Plaza de San Pedro. En un escenario completamente desierto, la tarde del 27 de marzo, un Viernes de Cuaresma, presidió el histórico momento extraordinario de oración para implorar a Dios el fin de la pandemia de la Covid-19.
A su lado, la imagen de la Salus Populi Romani y el Crucifijo de la iglesia romana de San Marcelo al Corso, invocado en el pasado para la liberación de Roma de la peste de 1522. Detrás del Papa, que oraba solo en una plaza vacía y bajo la lluvia, millones de personas en todo el mundo se unieron en oración. La ceremonia concluyó con la adoración del Santísimo Sacramento y la Bendición Urbi et Orbi.
Las palabras que pronunció en aquella ocasión se han convertido en un legado para todos nosotros:
“Señor, bendice al mundo, da salud a los cuerpos y consuelo a los corazones. Nos pides que no tengamos miedo. Pero nuestra fe es débil y somos frágiles. Sin embargo, Tú, Señor, no nos dejes a merced de la tormenta. Repite una vez más: ‘No tengáis miedo’ (Mt 28,5). Y nosotros, junto a Pedro, ‘depositamos en Ti toda nuestra preocupación, porque Tú cuidas de nosotros’ (cfr 1 Pe 5,7)”.